Lacan y el nombre del padre
Me llamó la atención la cantidad de autores lacanianos
argentinos en las librerías Paidós y El Ateneo de Buenos Aires. A mí me gusta
mucho la parte de su teoría que habla del “nombre del padre”, en la que
propugna la importancia de la existencia de “un otro” en la estrecha e intensa relación
madre-hijo, relación psíquica y física, que establecemos con nuestras madres
desde el inicio de nuestras vidas. Lacan propone aceptar que en la mente y en
la vida de la madre hay otro y otros: su pareja, su trabajo, sus intereses, y
por tanto no somos todo para ella, no la completamos. Asimismo, las madres “no
poseen a los hijos”, no son de su propiedad, y así como el padre interdicta en esta
diada madre-hijo, el padre también está atravesado por interdicciones. En suma,
somos seres sujetos a leyes, leyes de otros, como los de la sociedad y la cultura.
En este escrito quiero referirme a los conceptos de la
teoría del psicoanalista francés Jacques Lacan, que han resonado y resuenan más
en mí, que me hacen mucho sentido en la comprensión de las relaciones entre los
seres humanos en general, y sobre todo en la comprensión de la clínica.
Estos conceptos son: falo, goce,
completud/incompletud, Complejo de Edipo, castración, nombre del padre.
Asimismo, los ilustraré comentando el caso Nimrod, paciente del psicoanalista
argentino Daniel Schoffer, cuya obra “La función paterna en la clínica
freudiana”, es uno de los textos que estoy tomando como base.
Qué es el Falo?
El concepto de Falo
hace referencia a que quien lo posee está
en una posición mejor respecto a quien no lo tiene. A través de este
símbolo, se ordena y reparte los papeles de la escena vital. Quién lo tiene? A
quién le falta? Quién quisiera serlo?
Padre, madre e hijo.
Los roles están definidos en relación a la posesión o
carencia del falo, lugar que le corresponde a cada quién en la estructura.
El falo no es el pene. El falo es un símbolo, su valor está dado por lo que representa. El
falo cobra preponderancia en la fase fálica de la sexualidad infantil, que está
regida según la presencia o ausencia del
pene: el pene tiene pregnancia, táctil y visual, se impone a la percepción
como presente o ausente, es un órgano cuyo tocamiento suscita intenso placer, por
lo que el niño le confiere alta carga libidinal, y le sería un horror perderlo.
El falo es aquello que se quiere tener (mujer), y no se quiere perder (varón).
Para
Lacan, el falo es el significante del deseo, lo que nombra al deseo. Se desea lo
que no se tiene, está fundado en la
carencia.
El Complejo de Edipo, consiste en una dialéctica en la
que las principales alternativas son: ser o no ser el falo, tenerlo o no
tenerlo, independientemente del sexo del niño, y presenta tres tiempos, centrados
en el lugar que ocupa el falo en el deseo de los tres protagonistas. Para Lacan
es como si el niño(a) estuviera ante una alternativa: o la madre o el padre. La
madre sería la condenación a la dependencia de la demanda, el padre es el
acceso al deseo, y por tanto se puede
decir que es una especie de salvación, origen
y representante de la cultura y de la ley, porque detenta el falo que puede
dar o negar.
Los 3 tiempos del Complejo de Edipo
Lacan propuso una lectura estructural del Complejo de Edipo,
que hace hincapié en la relación entre
el deseo y la ley, en el sentido de que toda sexualidad “natural” es
incestuosa, y que en el ser humano está interdicta por el padre.
Tiempo I: Identificación con el deseo de la madre
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Se da la relación madre-falo-niño. El niño se ubica
(y es ubicado), con todo su cuerpo, como el falo que completa, asumiendo una
posición pasiva, ya que se identifica con el deseo de su madre, no con su
propio deseo. El niño se encuentra en una relación especular con la madre que
lo sujeta de tal manera, que para poder satisfacer sus deseos, debe satisfacer el deseo de ella: ser el
falo que la completa.
Para poder constituirse como sujeto, el niño debe salir
de esta célula narcisista que lo condena a
quedar atrapado con su libido narcisística hipotecada por la madre, y
sin poder disponer de esta libido para investir otros objetos. Se impone la
presencia de una instancia interventora, el padre.
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Tiempo II: Intervención del Padre (con anuencia de la madre)
Interviene el padre, aparece el Otro del otro, con su
ley.
Priva
al niño del objeto de su deseo
(incesto), y a la madre del objeto
fálico (reintegración de su producto). El padre establece que él tiene
aquello que satisface a la madre, la falta queda representada por lo que el
padre tiene: pene.
Tiene función
de corte que protege al niño de quedar atrapado en la posición narcisista
de “creerse el falo de la madre”, un objeto de fabricación materna, que lo
puede condenar al goce de la fusión/confusión imaginaria. Esta irrupción del
padre, introduce el concepto de castración.
Reubica el deseo de la madre. Dicta el NO. Se anuncia
como aquél, que sin ser el falo, es portador de aquello que la madre desea. El
padre promueve que la madre recupere su condición de mujer, y que asuma su
“castración”, que nadie va a llenar lo que a ella le falta (añoranzas de
completud).
La madre se hace cargo del cumplimiento de la ley, otorga autoridad al padre, facilita
su ingreso a la diada madre-niño.
El niño, por temor a la castración, resigna
a ser “el todo para la madre”, o sujeto de amor del padre.
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Tiempo III: Identificación con el Padre, aceptación de la Ley
De padre negador (NO al niño, NO a la madre), pasa a
ser un padre dador. El padre le hace una promesa al niño, “con esta persona no,
con todas la demás sí”. El padre se convierte en el centro del drama edípico,
no el padre biológico ni imaginario, sino el padre nombrado como padre, el
padre como significante, que al establecer lo que está prohibido y permitido, ordena simbólicamente el mundo libidinal
del niño.
Sólo a través de asumir
la castración, será posible que el niño aspire, en un futuro, a “tener el
falo”, o a trasmitir la ley. El padre es portador de un nombre que a su vez le
fue dado por otro hombre, su propio padre. El niño renuncia a su condición de
ser el falo, para ingresar a lo que permitirá “tener”. El varón se identifica con
su padre, y la niña (asume el no tener) con su madre.
La aceptación de la Ley del padre produce una primera
sustitución metafórica: se reemplaza el
significante falo por el “nombre del padre”. Poseer el falo es reemplazado por poseer el
nombre del padre, ya que esta posesión identifica la posición del propio padre
en la estructura.
Lo que se impone es la castración. Nos aliena en la
estructura del lenguaje y la cultura. El Otro al dictar las leyes del
lenguaje que nos estructura, y de las relaciones de parentesco que establecemos,
dicta también las normas a las que se subordinarán
nuestros deseos.
Las distintas maneras en que el individuo se
inscribe en esta ley de la prohibición del incesto, así como los distintos
mecanismos con los que se defiende de la inscripción interdictora, son determinantes del modo en que cada sujeto
articula y diferencia el mundo de la fantasía, del mundo de la realidad.
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Qué significa aceptar la Castración?
No se refiere a un corte del cuerpo, en absoluto, se
refiere a aceptar al hecho de que el ser
humano, está marcado por la imposibilidad del goce absoluto.
La castración se hace efectiva cuando el sujeto se da
cuenta de que el deseo materno se orienta a otra parte, hacia un otro, un Nombre
del Padre, que permite situar el misterio del falo.
Aceptar
que uno no es completo, que no se
podrá jamás tener pene si se es mujer, y que la angustia de castración estará
siempre presente, si se es hombre.
Jose Milmaniene se refiere a ese deseo de completud en
dos frentes: bisexualidad e inmortalidad. “Se
vive en un cuerpo sexual y se soporta condición perecedera: fuente de toda
protesta neurótica. Por eso el neurótico enferma, dado que no puede asumir una
condición existencial marcada por la implacabilidad de una elección forzada:
para soportar la vida se debe aceptar que no se es el Falo, ni se lo tiene”.
“La mujer tiene angustia por no tener su
falo imaginario faltante. El hombre tiene angustia de sus aspectos pasivos
homosexuales mal elaborados, desea superar su pasividad”.
La
sexualidad significa diferencia, y aunque ésta puede ser amenazante, la
castración nos da la posibilidad de aceptar la diferencia, asumir el ser hombre
o ser mujer.
Asumir la castración es modificar la actitud
existencial frente a ella, merced al saber sobre la falta, y no negarla,
desmentirla o repudiarla. De lo que se trata, es de no intentar eludirla con
las estrategias neuróticas, perversas o psicóticas, sino dejarse atravesar por
la castración entendida como un saber fragmentario sobre la falta de toda completud.
Si
el sujeto logra trocar en metáfora creativa su envidia de pene o su angustia de
castración, hasta el extremo mismo de
aceptar un núcleo opaco e irreductible de la metaforización, podrá entonces ecuacionar la carencia fálica con los
hijos, con la poética del amor, o con la creación de alguna obra.
Comentarios caso Nimrod
Nimrod está pegado a su madre, y a cualquier otro
objeto que lo representa: Isabel (esposa), María (amante) o el analista, tal como
se da en el primer tiempo del Edipo, es el falo que completa a la madre. Es el
callo del pie de la madre.
Nimrod queda atrapado en el deseo materno:
- Renuncia a la oferta de ir a trabajar en el extranjero con el hermano, y se convierte en ingeniero de caminos, carrera que no le interesaba.
- Se casa con Isabel, mujer que escoge su madre, y que tiene características similares a ella
- En la transferencia, tiene dependencia con el analista, se aprecia cuando pide aumento de sesiones semanales, lo que denota el deseo de fusionarse con él, ofreciéndose como el falo que lo completa.
Ha habido una falla en la función paterna del padre:
- No ha logrado la interdicción que separa al niño de su madre, por el contrario, su prohibición ha sido “no dejar sola a su madre”, por ende le ha cortado la vía exogámica.
- La palabra del padre aparece como atributo engañoso de la paternidad.
- Ha habido deficiente identificación con el padre, quien también tiene dificultad en elección de objeto sexual (padre deseaba a otras mujeres y no a la madre)
Nimrod siente angustia de castración:
- si se separa de la madre, porque queda sometido al padre terrorífico y amenazante de su mente
- frente al padre rival, en la realización imaginaria del deseo incestuoso con la madre, al tocar sus piernas.
A manera de conclusiones:
La madre remite al padre en la medida en que hay para
ella un resto de deseo que no se agota en el deseo del hijo. Deseo de la madre que frustra al niño, en la
medida que lo obliga a abandonar la posición imaginaria en la que se vive a sí
mismo como el falo-cuerpo que completa a la madre.
Esta operación se hace posible porque el deseo de la madre dice que hay un otro,
que proporciona otro goce que el niño no le puede dar.
La función paterna, que consiste en la remisión que la
madre hace del niño al padre, y la interdicción del incesto y del parricidio
por parte de éste, filian al niño, simbolizándolo como hijo de una pareja y protegiéndolo de la posición imaginaria de ser
creado para sustraer a otro de la falta constituyente, es decir, de la desmentida
materna de la castración.
Para que esta palabra
paterna, que es “don” y nombramiento tenga valor de ley, tiene que estar significada por el otro materno.
Sólo si la madre da al padre el niño, sólo si la madre
lo designa como aquél que cuenta para ella, como amado y deseado, habrá
eficacia de la función paterna; porque sólo a través del deseo de la madre el
niño es referido al nombre del padre, que en tanto interdictor y donador,
implica renuncia pulsional incestuosa y al mismo tiempo acceso al mundo de la
cultura.
Bibliografía
Nasio, Juan David, “Enseñanza de 7 conceptos cruciales
del psicoanálisis”, 1988
Bleichmar, Norberto,
El Psicoanálisis después de Freud, “Lacan. Teoría del sujeto entre el
otro y el gran otro”, 1989
Milmaniene, José, “La Castración”, www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=854
Schoffer, Daniel, “La función paterna en la clínica
freudiana”, 2008
Curso “Lacan”, dictado por la psicoanalista
Dunia Samamé, en la formación de Psicoterapia Psicoanalítica, CPPL, 2013.
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